Siempre me mosqueó el
artículo 18 de la Constitución que nos habla del derecho al honor, intimidad e imagen de las
personas. Piénsalo fríamente. Nos están garantizando algo que se tiene o no se
tiene y que siempre lo tuvieron las personas digno de él. Era un aviso, ahora
lo veo claro, de que ¡ojo! de qué se hablaba, de qué se decía sobre todo de
quién.
Los Constitucionalistas –yo no lo soy- estaban curándose en salud de la
impunidad por los actos que acabarían cometiendo, como los que estamos viendo.
El honor, como el respeto,
no se exige, se gana. Por más leyes que nos opongan, seguiremos llamando
sinvergüenzas a los que lo son, pero eso sí, a riesgo de que nos multen por
decir la verdad. La verdad nació muerta ya lo sabemos pero es que hoy está
enterrada.
Me recuerda un dicho:
“¿Dices que no tienes enemigos, es que no has dicho nunca la verdad?” Si, la
verdad no gana amigos, es incómoda.
Lo que no se puede negar
es que esta democracia nos ha cambiado. Sólo contenta a los antaño
descontentos, marginales y desviados.
Y a las nueva
generaciones, que han nacido con ella y se les ha impuesto en esta nueva
sociedad, sin que las personas de más edad hayamos ejercido nuestro derecho
-más bien la obligación- de reconducir esta sinrazón hacia cauces más lógicos,
la de menos derechos y más obligaciones, la de la vida del esfuerzo para
conseguir dignamente los objetivos, la de unos principios éticos que hacen
innecesarios la mitad de los artículos de esta Constitución hija de…. no sé cuántos
padres.
La persona de bien –hoy es
muy difícil serlo- no necesita corsés impuestos, como todo ser vivo necesita de
aire limpio y aguas cristalinas. Ahí es donde deben de incidir los mandamases,
no en blindarse del qué dirán.
El primer código de
conducta fue el de Hammurabi, una serie de leyes básicas y lógicas: si matas,
te matamos. Si robas vas a la cárcel… Esto era justicia.
Después los romanos lo
complicaron de manera supina y de hecho nuestras leyes actuales están basadas
en el derecho romano. Pero nosotros lo hemos complicado hasta la extenuación,
de tal manera que hoy día no existe la justicia, existe la ley, que cada día
los de “arriba” engordan con un nuevo vericueto, una nueva trampa para seguir
escatimando justicia en favor de “su” ley.
Ya dijo Cato –senador romano- lo de “dura lex,
est lex” o sea que “la ley es dura pero es la ley”. Pues gracias Cato, pero
preferíamos la justicia.
Antaño el honor te lo
ganabas con tu conducta, trayectoria y méritos. Hoy te lo dan hecho.
Rafaél Jiménez
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