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lunes, 8 de octubre de 2012

LA FAMILIA


Primera sociedad estable del ser humano y la base de nuestra vida. Creo que no es aventurado afirmar que este mundo se desarrolló al amor de ese núcleo primigenio tan simple como eficaz y yo voy a romper una lanza en su defensa, aunque me lluevan piedras. Pero es lo que he vivido y no me pueden negar mis vivencias.

Lejos queda aquella realidad de que el hombre debía ser “el ministro de trabajo” y la mujer “el ministro de hacienda”. ¿Me entendéis?, seguro que sí. Luego diremos que la mujer vivía postergada, fregona ella, y el hombre hecho un marqués. Ninguna de las dos cosas son del todo ciertas y sin embargo ambas tienen algo de verdad. Pero con ese planteamiento este mundo creció y fue feliz.


Sólo teníamos una meta, ver crecer a los hijos. Es decir cumplir la ley natural desde que salimos de las cavernas. ¿Quién mandó al carajo todo esto? Nuestra ambición. Porque de pronto todos quisimos tener mejores casas, el coche más grande y un armario ropero que hacen falta tres vidas para usarlos. Para ello se pusieron a trabajar las mujeres también fuera de casa y al principio la cosa fue bien –excepto para los hijos, claro-, de pronto con dos sueldos podíamos cumplir nuestros deseos de riqueza. Pero los de la pasta, siempre atentos a amargarnos la existencia, viendo con la facilidad que prosperábamos, subieron las viviendas al doble en cuatro días con lo que los dos sueldos ya daban para lo que antes con uno.

Ahora con la crisis los pisos vuelven a su valor. Los niños creciendo solos o maleducados con los pobres abuelos, rehenes involuntarios –aunque encantados- de la nueva forma de vida. La mujer contenta, aunque trabaja el doble pero vestida de punta en blanco y lejos del hogar que la ahogaba. Lógicamente es más gratificante una oficina que una pila llena de cacharros.

La relación familiar inexistente, el niño desatendido al igual que el marido, que no se ha enterado todavía que tiene que ayudar en la casa en todas las tareas ingratas e interminables de la misma. Las consecuencias las vemos –y sufrimos- en nuestro derredor. Ya nadie se plantea formar una familia con ánimo de perdurar, todos lo pagan, pero los que más: nuestros hijos. Ya hay una generación de hijos de separados. La sociedad se ha acostumbrado a ello y considera como normal el mayor fracaso de la humanidad: el triunfo del individualismo.

Como no creemos en el futuro vivimos desesperadamente el presente –el maldito carpe diem del medioevo- quemando la vida en cuatro pases y nuestro auténtico futuro, nuestro legado para permanecer…    abandonado, nuestros hijos.

Y sabéis lo peor: que encima, no somos felices.

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Rafael Jiménez

3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo Rafa con este artículo, me ha gustado mucho como has definido perfectamente como era la familia de "antes" en mi caso la de mis abuelos y mis padres, donde la pareja vivía para que sus hijos alcanzasen sus metas, pero las parejas de hoy en día viven cada uno para sí mismos y cada vez estamos en una sociedad más individualista.

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  2. Gracias "David", siempre he sabido que eres un tío serio y cabal encerrado en estos tiempos.

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  3. Como mujer que vive en el presente y que ha podido disfrutar de una familia (padres y hermanos) en la que cada cual tenía su papel, mi madre nos cuidó y educó a la par que mantuvo el equilibrio doméstico, nunca trabajó fuera de casa. Los abuelos estaban para las vacaciones. Tengo mi memoria cuajada de magníficos recuerdos de mi infancia con ellos. Totalmente de acuerdo contigo; ¿qué nos ha aportado la tan cacareada "liberación femenina"? Y aunque a mi también me lluevan piedras, desde mi condición de mujer he de decir que: "calladitas habríamos estado mas guapas"

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