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viernes, 2 de noviembre de 2012

EL HONOR


Siempre me mosqueó el artículo 18 de la Constitución que nos habla del derecho al honor, intimidad e imagen de las personas. Piénsalo fríamente. Nos están garantizando algo que se tiene o no se tiene y que siempre lo tuvieron las personas digno de él. Era un aviso, ahora lo veo claro, de que ¡ojo! de qué se hablaba, de qué se decía sobre todo de quién. 


Los Constitucionalistas –yo no lo soy- estaban curándose en salud de la impunidad por los actos que acabarían cometiendo, como los que estamos viendo.
El honor, como el respeto, no se exige, se gana. Por más leyes que nos opongan, seguiremos llamando sinvergüenzas a los que lo son, pero eso sí, a riesgo de que nos multen por decir la verdad. La verdad nació muerta ya lo sabemos pero es que hoy está enterrada.
Me recuerda un dicho: “¿Dices que no tienes enemigos, es que no has dicho nunca la verdad?” Si, la verdad no gana amigos, es incómoda.

Lo que no se puede negar es que esta democracia nos ha cambiado. Sólo contenta a los antaño descontentos, marginales y desviados.
Y a las nueva generaciones, que han nacido con ella y se les ha impuesto en esta nueva sociedad, sin que las personas de más edad hayamos ejercido nuestro derecho -más bien la obligación- de reconducir esta sinrazón hacia cauces más lógicos, la de menos derechos y más obligaciones, la de la vida del esfuerzo para conseguir dignamente los objetivos, la de unos principios éticos que hacen innecesarios la mitad de los artículos de esta Constitución hija de…. no sé cuántos padres.

La persona de bien –hoy es muy difícil serlo- no necesita corsés impuestos, como todo ser vivo necesita de aire limpio y aguas cristalinas. Ahí es donde deben de incidir los mandamases, no en blindarse del qué dirán.

El primer código de conducta fue el de Hammurabi, una serie de leyes básicas y lógicas: si matas, te matamos. Si robas vas a la cárcel… Esto era justicia.
Después los romanos lo complicaron de manera supina y de hecho nuestras leyes actuales están basadas en el derecho romano. Pero nosotros lo hemos complicado hasta la extenuación, de tal manera que hoy día no existe la justicia, existe la ley, que cada día los de “arriba” engordan con un nuevo vericueto, una nueva trampa para seguir escatimando justicia en favor de “su” ley. 
Ya dijo Cato –senador romano- lo de “dura lex, est lex” o sea que “la ley es dura pero es la ley”. Pues gracias Cato, pero preferíamos la justicia.
Antaño el honor te lo ganabas con tu conducta, trayectoria y méritos. Hoy te lo dan hecho.

                                                  Rafaél Jiménez

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